El Evangelio nos recuerda con fuerza que Dios «hace que el sol salga sobre buenos y malos, y envía la lluvia sobre justos e injustos» Dios no establece diferencias entre las personas. Con Cristo en medio del mundo «ya no tiene importancia el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer, porque unidos a Cristo Jesús, todos sois unos solo»  Desde el punto de vista del Evangelio, todas las personas tenemos una identidad común: llegar a ser hijos de Dios. Esta es una gran definición de ser persona. La mirada y la acción de Dios sobre las personas nos permiten decir que los seres humanos formamos una familia. La familia de los llamados a ser hijos y amigos de Dios. Somos hijos de Dios. Somos amigos de Dios.

Un poco de historia nos sentará bien para hacernos cargo de lo que implica la palabra dignidad. No es una palabra fácil. Y tampoco sirve para resolver todos los problemas que tenemos las personas.

El primer rasgo es el valor absoluto de la persona frente a cualquier ley, institución o tradición humana 

El segundo rasgo es la preferencia por los más débiles. Ser persona es ser necesitado de la compasión y la solidaridad de los otros

El tercer rasgo es la actitud de interioridad. Las personas somos valiosas por nuestra profundidad y no por lo superficial

Un cuarto rasgo es la libertad. Las personas somos libres, tenemos la capacidad de decidir hacer lo bueno, a pesar de lo que pueda costarnos realizarlo

«Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios (…) y todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo. Por lo cual, el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor mandamiento. La Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede separarse del amor del prójimo: “Amarás al prójimo como a ti mismo

La experiencia de la culpa Sentir el peso de nuestro error y las consecuencias negativas que tiene mi mala actuación es de lo más saludable. El sentimiento de culpa, como la fiebre en la enfermedad, nos hace sentir que algo no funciona bien en nuestro proyecto personal. Caer en la cuenta de que hay cosas que hemos hecho mal porque hemos querido hacerlas mal y sentir pena, malestar o remordimiento de conciencia por haberlo hecho así, es crecer en el camino de la responsabilidad. 

La experiencia del pecado Cuando el error cometido consiste también en hacer lo que no agrada a Dios, la culpa se transforma en pecado. Entonces el pacto entre la persona y Dios parece resquebrajarse. Sentimos que nuestra amistad con Dios se rompe. Que nos alejamos de Él.

Sacramentos: Iniciación: Bautismo, Confirmación y Eucaristía 

Opción de vida: Matrimonio y Orden sacerdotal 

Reconciliación: Confesión y Unción de enfermo