Su escuela abría todos los días del año, desde la mañana hasta la noche, y se centraba en el uso crítico de la palabra, enseñando a leer, escribir, hablar y argumentar para defender los propios derechos.Las actividades incluían lectura de prensa, debates, redacción de cartas reales a instituciones y reflexión colectiva. En su obra Carta a una profesora (1967), denunció la escuela tradicional como culpabilizadora del alumno pobre y como instrumento de marginación de las clases trabajadoras. Rechazaba la memorización mecánica, el castigo y el conformismo pedagógico. Su enfoque era exigente pero afectivo, centrado en la dignidad, la honestidad y la justicia, y apostaba por una transformación radical del sistema educativo, no por meras reformas técnicas. Su pedagogía se basaba en la “amorosidad”, una entrega afectiva y comprometida con los más excluidos, y su legado inspiró proyectos como la Casa-Escuela Santiago Uno y la Escuela Agraria Lorenzo Milani, defensoras de una educación popular, crítica y transformadora. Por su parte, Paulo Freire (1921–1997), pedagogo brasileño y creador de la pedagogía de la liberación, fue una figura clave en los movimientos sociales y educativos de América Latina. Diseñó un método de alfabetización basado en el diálogo y en las palabras generadoras, conectando el aprendizaje de la lectura con la vida cotidiana y la conciencia crítica. Freire distinguió tres tipos de conciencia: intransitiva (en sociedades cerradas, sin cuestionamientos), transitiva (en sociedades en tránsito, con preguntas superficiales), y crítica (en sociedades abiertas, donde se analiza y transforma la realidad). Rechazó la llamada “educación bancaria”, donde el docente deposita saberes en alumnos pasivos, y propuso en su lugar una educación dialógica, participativa y liberadora, donde educador y educando co-construyen el conocimiento. Influido por la sociología francesa y el freudomarxismo, defendió la necesidad de liberar al Tercer Mundo de la opresión ejercida por el Primer Mundo, y sostenía que alfabetizar es desarrollar el pensamiento crítico y la capacidad de decidir. Su método incluía cinco fases: 1) recoger el universo vocabular del grupo, 2) seleccionar palabras generadoras con contenido social, 3) crear situaciones existenciales conectadas con la vida real del alumnado, 4) elaborar fichas didácticas flexibles y 5) descomponer fonéticamente las palabras para generar otras nuevas. En la práctica, las sesiones empezaban con la observación y el debate de una situación-problema mostrada en una diapositiva, que daba pie al análisis de la realidad, la identificación de una palabra generadora y la construcción activa del conocimiento. Así, Freire entendía la educación como una práctica transformadora capaz de liberar conciencias, construir dignidad y generar ciudadanía crítica.